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They Made Me a Fugitive (Alberto Cavalcanti, 1947)





El carioca Alberto Cavalcanti no solamente ha pasado a la historia como el responsable del episodio más memorable de la mítica película grupal de terror soft “Dead of Night” (1945) -aquel titulado "The Ventriloquist's Dummy" que de alguna manera venía a sintetizar y llevar al extremo precedentes cinematográficos con muñecos inquietantes como “The Great Gabbo” (James Cruze, 1929)-, sino como el encargado único de llevar a muy buen puerto uno de los títulos gansteriles británicos por antonomasia: “They Made Me a Fugitive”.

Con un guión basado en la novela “A Convict Has Escaped” del ignorado escritor británico de novela policiaca Jackson Budd, cuenta la historia de un ex-piloto de la RAF de nombre Clem Morgan –el actor Trevor Howard, poco después de saltar a la fama con la sobrevaloradísima y flácida “Brief Encounter” de David Lean en 1945-, que tras huir de las garras del nazismo –la acción se sitúa en algún punto de la 2ª Guerra Mundial- y apartado del ejército británico, recala en Londres en busca de una nueva ocupación. El destino le hará aterrizar en una organización clandestina que, bajo la apariencia formal de una funeraria –varias décadas antes de “Six Feet Under”- se dedica realmente al estraperlo de tabaco, alcohol o drogas. La capital inglesa –que, convenientemente, surge en los planos nocturnos iluminada con dificultad- está sumida en la contienda –o sufriendo las consecuencias de esta- con los trapicheos de todo tipo a la orden del día salpicando a todo bicho viviente, incluida a la policía. En dicha funeraria conviven todo tipo de maleantes a los que Cavalcanti dotará de un ufano humor negro repleto de frases lapidarias –nunca mejor dicho-, dobles sentidos y mucha retranca, incluyendo chanzas sobre el entonces más que maltrecho patriotismo o la libre empresa.






El jefe de la banda es Narcy –diminutivo de Narcissus: un guiño al egocentrismo del personaje-, un tipo despiadado, carente de la más mínima empatía, maltratador –ejemplar la secuencia del espejo deformante cuando se dispone a hacer una de sus tropelías-, necio, machista… que dirige con mano de hierro a la cuadrilla de delincuentes que esconden sus botines en los correspondientes ataúdes. No tardará en enfrentarse a Morgan, el cual se arrepiente de su implicación en la compañía, tratando de hacer un último trabajo antes desvincularse de la misma. Pero Narcy le tiene preparada una trampa, y en el último robo de mercancía ilegal se las apaña para hacer parecer a Morgan como el culpable único del delito, con atropello de un agente de la ley incluido. A partir de ese momento Morgan, que será detenido y enviado a la cárcel, iniciará un minucioso ajuste de cuentas con Narcy previa huida de prisión, volviendo a mezclarse en asesinatos que él no ha cometido y en todo tipo de pequeñas faltas hasta lograr regresar a Londres y consumar su venganza: los mitos del falso culpable y del pobre diablo al que la fatalidad no para acompañarle, siempre en un trasfondo sórdido y mafioso. O dicho de otra manera: entre el “Detour” de Edgar G. Ulmer y las producciones del género de gangsters de los años 30 protagonizadas por insignes como Edgar G. Robinson.

Revoloteando sobre un guión sin apenas fisuras, perfectamente hilado en todo su metraje y con convincente crudeza –en este último aspecto Alliance ofrecía a Cavalcanti más exaltación que los Ealing Studios, de donde venía-, en “They Made Me a Fugitive” no faltarán la correspondiente ‘femme fatale’ –la ex-pareja de Morgan-, la ex-novia del capo -también en plena fase de redención- y la pareja formada por el verdadero autor del atropello del guardia y su aterrada compañera.






Hábil empleo de la elipsis –cuando Morgan huye de la cárcel o cuando este mismo se deshace de un camionero que le recoge cuando hace autostop-, de la música incidental –en un momento dado al compás de un reloj cuando está a punto de explotar el clímax final-, de los giros argumentales –el rocambolesco episodio de la esposa alucinada que quiere deshacerse de su alcohólico marido y ve en Morgan su coartada perfecta- o de la metáfora –cuando Sally Gray (“Obssesion”), antigua amante de Narcy, le extrae las balas de la espalda a Morgan-. Por no hablar de la pasmosa versatilidad de Cavalcanti para triunfar en la cámara con todo tipo de ángulos –en especial los encuadres cenitales- y de la virtuosa utilización de los primeros planos faciales, como ya había demostrado en la citada “The Ventriloquist's Dummy" –por cierto, otra vez de plena actualidad esta última por la reciente portada a modo de homenaje en el último disco de The Good, The Bad & The Queen-.
Mención especial para el apartado de la cartelería: desde el propio nombre de la empresa funeraria –RIP-, que se asienta en el tejado del edificio en letras grandes, hasta letreros interiores con textos como “Es más tarde de lo que crees” o “La muerte siempre está a la vuelta. Seguro de accidentes”.


Inolvidable trasiego de amenazas, rencores, sarcasmos y vendettas.



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